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Son palabras de Inaki Gabilondo, el periodista de guardia durante los últimos cuarenta años, el que nos lo ha contado todo, lo bueno y lo malo, los golpes duros de la vida y las conjunciones gozosas del azar, los resultados lógicos del mérito o las frustraciones lacerantes de la injusticia; son palabras del testigo que siempre estuvo ahí, a mano, disponible, para ponernos al tanto de las vueltas y revueltas del mundo.

Ahora, poco después de asistir al cierre de la cadena de noticias en la que trabajaba, vuelca su palabra ponderada y lúcida en los papeles y nos ofrece este repaso escrito de un oficio esencial en la ciudad democrática pero sometido, cada vez con mayor virulencia, a condicionantes adversos, a influencias lesivas para su función primordial, a elementos de alta potencia corrosiva.

Gabilondo nos habla del periodismo realmente existente, del que asume la lógica del mercado, los imperativos de la audiencia, la dictadura del interés económico, de un periodismo que ha dejado de ser voz, esa segunda voz que transmite, que canta el gol o cuenta el resultado, sin querer ocupar la posición protagonista, para pasar a ser o portavoz del poder (sólo el poder tiene portavoces) o personaje (es decir, no testigo, sino juez) en una trama de la que no es capaz de sustraerse.

Pero no se queda ahí, no sólo describe, sino que, desde la experiencia, la reflexión y la integridad ética, nos ofrece el deber ser del buen periodismo, los imperativos categóricos que debieran recorrer desde el primer minuto al último el ejercicio de esta profesión tan expuesta a tentaciones y amenazas.

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