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Ello nos sitúa ante la necesidad de socavar los cimientos de esa <> y la no-violencia[2], para, de modo razonado, introducir la variable violencia en el análisis de las situaciones actuales como de las pasadas. La idea que se propondrá pretende ofrecer una perspectiva más novedosa en el análisis.

Una aproximación más adecuada

Un primer punto consistirá en abrir el enfoque de lo que comúnmente se entiende como violencia. Se rechaza de partida que sólo exista una dimensión física de la violencia, resaltando que el carácter «visible», «subjetivable», de la violencia ha monopolizado y subyugado al resto de acepciones y dimensiones de la misma, provocando que ésta como tal se asociase exclusivamente con agentes sociales o elementos reconocibles. Es mentira, que la única forma de ejercer violencia provenga de la coacción o la acción de sujetos sobre otros. Ese es un tipo de violencia, pero hay más.

El siguiente paso, será presentar a que nos referimos con otros tipos de violencia. Para ser muy sintéticos, si se ha hablado de la dimensión subjetiva, tenemos su opuesto (o más bien, su complementario), en la dimensión objetiva de la violencia, que siguiendo a Zizek, se materializa en dos vertientes:

« encarnada en el lenguaje y sus formas […], , que son las consecuencias a menudo catastróficas del funcionamiento homogéneo de nuestros sistemas económico y político»[3].

Comenzaré con la violencia sistémica, aquella que produce circunstancias que nos parecen normales, pero que encierran la defensa de una realidad difícil de justificar. Y aquí, sólo vale mojarse, así que lo que sigue no es para amantes de la «corrección»: en torno a 24.000 personas mueren al día de hambre en el mundo, de los cuales, el 75% son menores de cinco meses. Y esta es una situación normal, diaria, común. Lo es, hasta tal punto, que no constituye ni siquiera una noticia, dado que es un proceso que se produce a diario, dotándola de una macabra cotidianeidad. En tanto que es <> -es decir, esas 24.000 muertes no brotan de manera espontánea, sino que son parte de una siniestra «contabilidad» constante-, no son tomadas como la obscena recreación de un sistema asesino, como si dichas muertes no pudiesen ser solucionadas con la asunción de nuevos paradigmas.

Habrá quien diga que esto no puede ser catalogado de violencia, pero la sacralización de la propiedad privada (probablemente, la forma de violencia estructural por excelencia), diametralmente enfrentada a la idea de redistribución, es la institución que auspicia dichas muertes. Esta dimensión es a lo que Balibar denomina <><> o <>[4], y que está en el origen de las mayores catástrofes producidas a diario.

Ha de negarse tajantemente el axioma de que si no existe un sujeto ejecutor reconocible (o instancias sobre las que pueda fijarse dicha acusación), no existe violencia. Esto nos lleva a absurdos tan rotundos como tildar de violencia la quema de un contenedor, pero que no se vea como tal desahuciar familias enteras o las hambrunas endémicas. Se ha llegado a considerar más intolerable ver ardiendo un contenedor, a que el contenedor sea la única despensa de mucha gente sin más recursos ni opciones que comer de los restos de basura. Según este supuesto, la mano invisible sólo actúa, no se equivoca. No es una cuestión de violencia, es una cuestión de capacidades: han tenido su oportunidad, pero no la han aprovechado. No es violencia, es el orden lógico de las cosas[5].

Esta dimensión espectral y trascendente del orden económico, tiene mucho que ver con la negación de la violencia sistémica y con el excesivo énfasis y criminalización que se hace sobre la violencia atribuible a individuos. Los liberales asumen que el Estado ejerce violencia y coacción, pero niegan que el discurrir ordinario y destructivo del capitalismo pueda ser catalogado como tal. El hecho de que todas las parcelas de la realidad se hayan mercantilizado, constituye invariablemente la forma más perfeccionada de violencia estructural.

Una vez expuesto algunas de los principales rasgos de la <>, el siguiente paso será tratar de manera sucinta (ya que no es el objetivo de esta entrada) la violencia simbólica. ésta tiene que ver con el lenguaje y sus formas, y es evidente que la confrontación por apoderarse de los significados es una batalla crucial en cualquier campo ideológico. Lo veremos con cuatro claros ejemplos, que han cambiado su significado por la apropiación de unos sectores o de otros:

– «Libertad» ha pasado de ser una palabra enarbolada por aquellos que buscaban la emancipación de diferentes formatos de opresión, a verse convertida en una caricatura de sí misma únicamente ligada a la libertad económica, y haciéndose patrimonio de la derecha, la cual, hasta tiempos recientes, renegó de ella. Esto empuja a otra reflexión: si la libertad depende de la capacidad económica, entonces, los derechos y demás dependen directamente de la renta y el patrimonio;
– «Radical» en la actualidad tiene connotaciones peyorativas, cuando su significado originario es el de comprender el origen (la raíz) de las cuestiones, y abogar por soluciones complejas que tomen en consideración todos los elementos y no sólo su vertiente más superficial;
– «Héroe» o «terrorista», son conceptos que pueden ser aplicados a una misma persona en función de la perspectiva que se utilice;
– La «posesión de armas» ha pasado de ser un elemento consustancial a todos los movimientos de resistencia popular, a ser una reclamación esencialmente individualista, ligada a lo más reaccionario de la sociedad norteamericana. En palabras de Benoît Breville, «el derecho a la posesión de armas que figura en la segunda enmienda fue […] político y emancipador, y se inscribía en una larga tradición, hoy ampliamente olvidada. En efecto, durante siglos las armas fueron percibidas como un símbolo de libertad»[6]

Lo que se ha pretendido mostrar es que en todas las situaciones hay «violencia». No física, sino una mucho más perversa y nociva, una violencia <>, <>, que para muchos «no es violencia» porque es <>. Es así y punto. Eso es lo más peligroso (a la vez que falso) de toda esta cuestión.

El pacifismo como patología[7]

Entonces, ¿cómo se explica el pacifismo absoluto en entornos inundados de violencia sistémica?

Sería importante subrayar que la aceptación del pacifismo como una estrategia inamovible en todos los supuestos, me parece un error. Principalmente, porque ayuda a difundir la idea de que el sistema tal como está conformado no tiene una base violenta inherente. Y aceptar esa premisa, es destruir cualquier alternativa basada en las propias deficiencias y errores estructurales del sistema como un todo. Es decir,
el pacifismo engendrado en el rechazo expreso de la violencia, comete el error de identificar como violencia sólo aquella más visible, echando por tierra todos los análisis basados en la comprensión integral del sistema.

Comete el error, además, de situarse en una postura proselitista de que «no usamos la violencia, ergo, somos mejores». Error derivado de que el pacifismo institucionalizado se ha articulado en base a las necesidades e intereses de una pseudoprogresia[8] que ha pretendido durante los últimos años, eliminar el concepto de <>[9] de cualquier discurso, vendiendo esa idea de remanso de paz no-violento.

Por extensión, esto conduce al escenario tan falaz y peligroso de que la «no violencia» es contestada con la que sí es ejercida por los Cuerpos de Seguridad del Estado, generando y regenerando el mismo problema: en vez de hablar de la perversión y la maldad intrínseca al sistema (lo que se ha denominado «violencia objetiva»), el foco de actuación se centra en la violencia subjetiva, las cargas policiales, los heridos, detenidos y demás. Hay que decir, que en este caso, la actitud de la Policía en concreto, es muy efectiva, dado que siempre consigue desplazar el foco del problema hacia su «supuesta brutalidad». Supuesta, porque al fin y al cabo, la labor de la Policía es mantener el orden público, el sistema y las instituciones tal y como están[10]. Y eso es lo que hacen. Y lo hacen bien, porque siempre se acaba hablando de la consecuencia (la represión violenta de manifestaciones) y no de la causa (las condiciones materiales que producen que la gente tenga que manifestarse). Quien no entienda esto, creo que comete un imperdonable error de base.

La apología del pacifismo, olvida, además, las experiencias históricas que muestran que los avances y conquistas sociales han sido logrados en base a luchas, que inevitablemente, y dado que ponían en entredicho a los regímenes vigentes, han implicado el uso de la violencia para desmontar las estructuras existentes.

Es más (y en esto se incidirá en una próxima entrada), el pacifismo tiende a la creación de una visión sesgada y distorsionada de la Historia, en pro de crear mitos. Y se suele obviar una evidencia histórica: los representantes de la no-violencia citados como ejemplos de éxito, han logrado sus objetivos porque SIEMPRE existía alguna formación más militante que sí utilizaba la violencia. Se constituían, por tanto, en los elementos más moderados de un movimiento de masas más amplio, al que el poder establecido no podía ignorar y tenía que negociar con algún representante. Y en todos los casos, tales representantes eran aquellos que directamente no utilizaban la violencia. Lo que nos lleva a una pregunta inquietante: ¿sin unas organizaciones armadas que respaldasen algo parecido a lo que ellos demandaban[11], sus protestas serían tenidas en cuenta? Sinceramente, tengo mis dudas. Dudas, apoyadas en certezas empíricas.

– Si no hubiese existido movimientos y líderes (Chandrasekhar Azad, Bhagat Singh, Subhas Chandra Bose, etc.) que hubieran mostrado una vertiente más radical que Gandhi, el proceso de descolonización de la India, hubiese sido muy distinto;
– Si la lucha del movimiento por los derechos civiles, no estuviese acompañada por una importante militancia nacionalista negra armada, su impacto y repercusión habría sido mucho menor;
– Por mucho que las protestas pacifistas ante la guerra de Vietnam hubiesen sido masivas, fue, en definitiva, el hostigamiento y desgaste que produjo el Vietcong en las tropas estadounidense (junto a ciertos actos de sabotaje de soldados norteamericanos [militantes negros] contra sus mandos), lo que produjo la salida de la guerra;
– Y en el caso del apartheid, Mandela sintetiza a la perfección que, en condiciones de opresión estructural, la vía armada, en combinación con otras fórmulas de resistencia, abre ciertas posibilidades de vencer.

Esto no es una crítica a la labor de todos estos activistas ni el ataque a su valor histórico. Ni mucho menos. Tampoco es una defensa a ultranza de la vía armada ni de la violencia. No. Simplemente es una crítica directa a ciertos dogmas de fe que se han articulado en torno al pacifismo. Considero que las vías pacíficas, son preferibles, y en casi todos los supuestos, deben constituirse como el núcleo de la resistencia. Ahora bien, sería una falta de rigor histórico y una ingenuidad manifiesta aceptar ciertos mantras que en los últimos tiempos se han convertido en hegemónicos.

Sinceramente creo que estar anclados al pacifismo, como si una verdad absoluta se tratase, desmonta cualquier posibilidad de cambio social profundo, por lo que, bajo mi punto de vista, evidencia que todos los movimientos que se organizan en torno a él (criminalizando otras estrategias de resistencia), sólo buscan mejoras puntuales, acotadas y parciales. Y repito, no estoy a favor de cualquier forma de violencia organizada. Simplemente, creo que hay ciertas ideas preconcebidas que se deben desmontar.

Me gustaría acabar con una cita de un autor que ya he mencionado, y que considero, es válida en toda su magnitud:

<>[12]


[1] Un ejemplo, nítido y dramático a la vez, se encuentra en la apreciación hecha por el profesor Monedero, cuando afirma «El pueblo, que el 18 de julio de 1936 se echó a la calle a exigir que le dieran armas e incluso a cogerlas y el 23-F se metió debajo de la cama de tanto miedo como le habían metido«.

[2] <> Gelderloos, P. (2010) Cómo la no-violencia protege al Estado. Barcelona. Ediciones Anomia. P. 40http://www.nodo50.org/albesos/uploads/textos/noviolencia.pdf

[3] Zizek, Slavoj (2009) Sobre la violencia. Barcelona. Paidós, p. 10

[4] Balibar, étienne «Violencia, idealidad y crueldad» en Polis, nº 19. 2008, p. 10

[5] <> Balibar, Op. cit., p. 4

[6] Breville, Benoît «De Robespierre a Charlton Heston» en Le Monde Diplomatique, año XVII, nº 208 febrero 2013, p. 12

[7] Este título tan provocativo es el nombre de un libro que contiene algunos datos realmente interesantes: Churchill, Ward (2010) Pacifism as Pathology http://zinelibrary.info/files/pap_imposed.pdf

[8] Esta critica también aparece en la obra de Ward Churchill: <<Pacifism, the ideology of nonviolent political action, has become axiomatic and all but universal among the more progressive elements of contemporary mainstream North America>>

Hay que recordar que esa misma es la que en el ámbito internacional, apoya todas las invasiones e intervenciones militares en terceros países en pro de los derechos humanos, democracia y mentiras varias. El autor Jean Bricmont, ha definido está actitud como «imperialismo humanitario».

[9] <> es la base de cualquier teoría o idea que entiende que en las sociedades existen elementos contrapuestos con objetivos antagónicos y difícilmente convergentes. Frente a eso, lo que se ha vendido últimamente es la idea del consenso y la «paz social»

[10] <> Benjamin, Walter (1998) Para una crítica de la violencia y otros ensayos. Iluminaciones IV. Taurus. Madrid. pp. 26-27

[11] Me parece interesante compartir la siguiente reflexión teórica, dado que considero que guarda una importante carga de verdad, tal y como se ha visto en los diversos procesos históricos: <> Gelderloos, P., Op. Cit. p. 97

[12] Gelderloos, P., Op. Cit. p. 39

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