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Evidentemente, no es de recibo poner en tela de juicio la integridad y valor de Mandela para los que abogamos por procesos emancipadores. Sin embargo, ¿cómo es posible que los que de manera furibunda lo tildaron de terrorista [1], se apropien de su legado y desvirtúen la naturaleza de su lucha?

Mandela, fruto de la situación de opresión a la que la mayoría negra estaba sometida por el régimen del apartheid, optó por la vía armada para la autoprotección primero [2], y la reclamación de derechos, después. Un claro ejemplo de su militancia, que no conviene dejar de lado, es que en los años 80, se le ofreció la excarcelación a cambio del abandono de la lucha armada por parte del Umkhonto we Sizwe (Lanza de la Nación). Propuesta, que rechazo taxativamente.

Por eso sorprende ver a tantos sectores aclamando su figura, obviando que ha sido portador de varios estigmas occidentales: terrorista (estuvo en la lista de terroristas norteamericana hasta 2008), antiimperialista (llegó a decir que sus tres únicos amigos en el mundo eran Arafat, Gadafi y Fidel), aliado de países prosoviéticos, y un largo etc.

Pero me gustaría hacer una propuesta arriesgada. Hay una variable eminentemente racista que lo sitúa en un plano de respetabilidad simbólica, rara vez subrayada: es negro. Parece una obviedad, pero posee mucha más profundidad de los que se cree. Es decir, está fuera de la esfera de aquello que de manera difusa podría denominarse «Occidente». Como también es ajeno a la misma Martin Luther King. Y como también lo era Gandhi. Detalle curioso: las tres principales personalidades aclamadas como adalides de la no-violencia, no son blancos.

No es el objetivo de esta entrada escarbar en el sesgado relato que de todas estas personalidades, y su relación con la violencia, ha conformado la historia oficial [3]. Lo que se pretende es subrayar el carácter paternalista, caritativo, vertical y subsidiario que la posición predominante contiene implícita en su veneración hacia estos personajes.
La posición que se muestra hacia ellos es la de una superioridad moral subyacente, en la cual se hace extrapolación de la realidad y perspectiva occidental para la resolución de cualquier conflicto en otras partes del globo. Presuponer que en contextos de segregación racial u opresión colonial, las estrategias de lucha deben ser las imperantes en democracias liberales, son de un cinismo atroz.
Pero en estos casos, y esto es lo eminentemente racista, la dialéctica es a la inversa: ya que hacen las cosas como nosotros, serán parecidos a nosotros. Aquí se encuentra concentrada la esencia más sórdida de la tolerancia liberal [4]. Los toleramos porque se parecen más a nosotros en sus comportamientos. He ahí el problema.

La tolerancia se basa en que se amoldan a nuestros criterios y a nuestras jerarquías de valores. Y ese es el elemento que hay que denunciar. Ninguno de las personalidades a las que nos referimos habría hecho de la tolerancia su bandera. Sería ridículo que el mensaje de Mandela, de Luther King o de Gandhi se nuclease en torno a la reclamación de ser «tolerados». Nadie se imagina a Mandela en su cautiverio articulando un programa basado en la tolerancia de los blancos hacia la mayoría negra. Sus reivindicaciones iban mucho más allá, en el plano de lo que Balibar llamó égaliberté, o dicho de otro modo «el derecho a tener derechos», no como una instancia pasiva, sino como la actitud activa que desemboca el reparto de poder consustancial de la apropiación de los mismos por aquella parte de la población que estaba excluida de ella, es decir, «la parte sin parte».

Frente a los que tergiversan la Historia para que el legado de Mandela sea asociado al de la tolerancia y la resignación, estamos los que creemos que es el de la lucha emancipadora, la justicia y la igualdad.


[1] ‘The ANC is a typical terrorist organisation … Anyone who thinks it is going to run the government in South Africa is living in cloud-cuckoo land’ – Margaret Thatcher, 1987.

[2] Fue la matanza de Sharpeville la que mostró la insuficiencia de la no-violencia.

[3] Esa dialéctica será abordada en profundidad en el siguiente post, que se está gestando desde hace un tiempo [Para una (necesaria) pedagogía de la violencia].

[4] No puedo aquí sino recomendar encarecidamente la lectura de Zizek, Slavoj (2008) En defensa de la intolerancia Madrid.

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