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Tal afirmación puede sorprender en un primer momento, ya que el término se ha ido cargando de elementos negativos y su utilización responde en la mayoría de los casos a un afán claramente peyorativo, en consonancia semántica con otro concepto desvalorizado: la demagogia.

No es por ahí por donde va, como es obvio, Fermín Bouza. Entiendo su defensa de término tan escurridizo y volátil ( al que, por ejemplo, se pueden adscribir desde Hugo Chávez -izquierda- a Haider -derecha-) como la plasmación de una necesidad cada vez más imperiosa: la estructuración de un relato de izquierdas claramente entendible y asumible por la mayoría de la ciudadanía.

Porque es ahí, en la política, por así decir, del cuento, en la conversión de la realidad en relato, en narración creíble, donde la izquierda se ha ido quedando rezagada, sin armas ni pertrechos. Se trataría de volver a las calles, a las plazas, a contar y a cantar «las verdades del barquero», de abandonar el púlpito o la tarima e insuflar en el mensaje una claridad diáfana.

Del populismo habría mucho que hablar, de sus manifestaciones y derivaciones, pero Bouza sólo pretende defender un vínculo fiable entre el «populus» y sus representantes.

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